La conocí en Segundo grado. Era menuda, nerviosa, mimada. Cuando visité su casa la primera vez con siete años me pareció una casa llena. Sus padres, su abuela, su tío, todos giraban a su alrededor. Nos hicimos amigas, y pasó el tiempo. Terminamos juntas la primaria, la secundaria y en el último año de bachillerato se hartó. No entró más a las clases, solo iba a la puerta del Pre a buscar con quien largarse por ahí, a la Casa del Té, a la catedral, a patear La Habana. A veces yo le insistía:
-Mira que vas a perder el curso.
-¿Y qué?- me respondía.
De aquella niña acostumbrada a vivir rodeada de cuidados iba quedando poco.
Se enamoró perdidademente de un chino, con un amor que ella era capaz de sentir, de morirse solo de verlo caminar a lo lejos, de hablar cinco horas seguidas por teléfono. De vivir solo para él. En fin, Chang le cogió miedo y le pagó casándose con su mejor amiga de entonces. Lourdes López. Ese fue el primer tajo.
Se convirtió en una especie de Bette Davis caribeña, siempre con el cigarrillo entre los labios.
Cuando nos hablábamos me miraba el corazón. Tenía unos ojos hermosos, grandes, expresivos, inquisidores. Me daba unos consejos de mujer de 80 años. Siempre la quise. Me conmovía su valentía. Su aguantar “el tipo” casi sin conseguirlo.
Se casó, fui la madrina de su boda. Parecía felíz. La novia que fumaba, aun dando el sí.
Luego vino el exilio y cuando nos despedimos me pidió:
-No me olvides.
Supe que se murieron todos; a su madre la mató una bicicleta, (ese tráfico infernal de lo que queda de aquellas calles), el último, su padre un alcohólico que caía en los bares y a quien ella siguió por esos caminos para no dejarlo solo. Siempre lo llamó Pío, porque para él ella era su pajarito.
Anoche me llamaron. La encontraron muerta en su cama, sola, dicen que fue el asma.
No dejamos de querer en la ausencia, solo se adormece un poco, para que no duela. Llevo una semana pegada a ella reviviendo las escuelas al campo, las fiestas en su casa, las visitas al ginecólogo, la peluquería, la biblioteca, la guagua, la playa. Toda La Habana. Toda.
Su esencia está conmigo y en estos días la he querido más que nunca.
Descanse en paz, María Elena Páez Chavez.

Nota mía: En paz descanse, María Elena, inolvidable, pura esencia de nuestra juventud.
María Elena Páez Chávez fue compañera de escuela. ‘Socita’ de aventuras innombrables.
Mi querida amiga Enaida Unzueta me envió este email hace un rato, lo publico con su autorización.

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